domingo, 12 de febrero de 2017

Prisionero del Odio: Donald Trump

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El Dr. Aaron Beck es un psiquiatra estadounidense  creador de la Terapia Cognitivo Conductual. Ha estudiado los diversos factores que entran en juego en el Odio, la Ira, la Violencia y la Hostilidad en un libro que lleva por nombre: Prisioneros del Odio.
Existen, de acuerdo a este autor, diversos mecanismos ocultos que desencadenan  el odio, la hostilidad y la ira. Más allá de la situaciones apremiantes que se vivan o experimenten dentro de un contexto social.  Tales dinámicas se encuentran inmersas dentro del individuo, experiencia, percepción y cognición. Aquello que él considera una amenaza a su integridad, posición ideológica, percepción o interpretación de un suceso.
Un exagerado enfoque obsesivo y egocéntrico acerca de imponer su interpretación a los hechos de la realidad externa.  Una intolerancia extrema hacia el resto de las personas. La intolerancia hacia las diversas posturas ideológicas, sociales o políticas.  Atribución de la maldad a un objeto o sujeto externo – fuera del sí mismo-, que desata la ira justificada desde su  óptica e inicia un discurso desafiante y hostil contra el adversario.
Basta ésta sola descripción para reconocer algunos de los puntos que el Sr. Donald Trump muestra en todas y cada una de sus intervenciones en público, seguramente en privado, será más despectivo e insultante. No solo los mexicanos son los causantes del abuso hacia los EU existen otros grupos sociales que también se han aprovechado de la gran potencia. El problema es que el Sr. Trump considera esta situación como una afrenta personal:
Él es Estados Unidos y todos lo que no estén de acuerdo con él, atentan contra los Estados Unidos.
Qué grandiosidad egocéntrica y fuera de toda proporción, diría Aaron Beck, una disonancia cognitiva cobra vida en su interior, en su interpretación y la proyecta hacia el exterior. Todos los que no somos sus iguales somos sus enemigos. Y a los enemigos,  es necesario aniquilarlos, acosarlos, infundirles miedo, acabarlos.  La construcción del muro es una de sus grandes amenazas para infundir pánico entre las personas. Crear una fortaleza llena de nacionalismo que solo a él le benefician en su personalidad intransigente.
Donald Trump muestra minuto a minuto esa forma de interpretación de la realidad con toda su energía, cólera y odio. Su lenguaje es totalmente congruente con su compostura física, ademanes y lenguaje no verbal.  La maldad de su perspectiva se encuentra fuera de sí mismo y de los EU, por supuesto.
Esta maldad se encuentra fuera. Su lenguaje, su forma de expresión a sí se manifiesta. Una retórica llena de adjetivos, insultos, descalificaciones sin planteamientos reflexivos y realistas. Atropella con adjetivos y calificativos denigrantes al enemigo. Pareciera, que la cultura, la buena palabra, el bien decir no son lo suyo.
Esta forma de ver el mundo y el enemigo afuera, dice Aaron Beck: “crea un odio entre individuos y grupos. Se convierten en prisioneros de un mecanismo de pensamiento primitivo”.  Las generalizaciones y absolutos en su discurso representan esta forma de pensamiento unilateral, recurrente y circular.
El gran problema de este tipo de pensamientos o  formas de evaluar la realidad es que crea de manera recurrente una imagen distorsionada del otro, el enemigo al que se tiene el derecho de hostilizar y odiar. Causa de la intolerancia y los prejuicios tanto personales como de etnias y naciones.
Justamente es lo que hace el Presidente Donald Trump. Es Megalómano, egocentrista, dramático, lleno de ira, un discurso que dice todo pero al mismo tiempo no resiste ningún análisis serio. El problema es que es el Presidente de uno de los países más poderosos del mundo y que sus acciones, decisiones, ocurrencias tienen una repercusión a nivel mundial en lo político, económico, social y encona a las personas que viven hasta dentro de su mismo tan “amado y querido Estados Unidos”
La falta de conciencia frente a las repercusiones de su odio, ira, violencia es otra de las grandes fallas de su apreciación de la realidad. En otro artículo he hablado sobre cómo con un solo twitt de este personaje el mundo tiembla.
El odio es el detonante principal de la política de Donald Trump. Implacable. Lleno de ira ha emprendido una verdadera cacería de brujas al mero estilo Medieval.
La pregunta más importante frente a esta situación que a mí me intriga es:
¿Qué está ocurriendo en el mundo para que líderes de esa naturaleza emerjan en un mundo globalizado e incluyente cómo es el de hoy?
La respuesta no es fácil de ninguna manera. Los factores que entran en juego son enormes. Las variables a considerar no están disponibles del todo.
Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre este tipo de personalidades que ponen en riesgo la estabilidad de los países y del mundo.
Es realmente preocupante que una personalidad con tales rasgos, gobierne uno de los países más poderosos,  y ponga en riesgo soberanías, personas, familias, individuos, economías, gobiernos  y promueva un odio rampante entre personas que han luchado por ser vistas, incluidas y ser sujetos y actores sociales las diversas sociedades.
Nadie es responsable de nacer mexicano, musulmán o de cualquier otra categoría. No obstante, para el Sr. Donald Trump es suficiente para poner restricciones, muros y lanzar desprecios y enconos.
¿Cómo será la existencia interna de una persona llena de odio y desprecio?
¿Qué experiencia de existencia tiene en su mundo interno?
Como psicóloga puedo comprender algunas de las aristas de esta personalidad, pero, no dejo de cuestionar  y observar que este comportamiento abusivo, seguramente, se encuentra en su experiencia de vida. Tal vez, sí, quizá no.
Mi opinión es estrictamente personal como psicóloga y profesionista.
Ana Giorgana